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La familia, formadora de valores

Estaremos viviendo el VI Encuentro Mundial de Familias en la ciudad de México, con el tema “La familia, formadora en los valores humanos y cristianos”.

Para que la familia sea en verdad formadora en valores humanos y cristianos, es imprescindible que los adultos –los esposos y padres- crean en dichos valores, los proclamen y los vivan con convicción, para transmitir esa actitud a los hijos, constituyendo la atmósfera familiar en una vida según valores.

Para que los valores sean fuente de motivación -o sea que nos impulsen, sensibilicen, dirijan y sostengan en nuestras decisiones-, no basta que sepamos mucho acerca de ellos, no basta que hablemos constantemente de ellos, tampoco basta la inclinación ocasional hacia ellos. No basta que los valores lleguen al oído y a la cabeza, se requiere que lleguen al corazón. Hay que amarlos apasionadamente para que se traduzcan en modalidad de acción, de modo que seamos testigos de vivir los valores en los que creemos, trátese, por ejemplo, de la verdad, de la honestidad, de la sinceridad, de la justicia, de la solidaridad, de la fe, del amor.


Otro aspecto importante en los valores y su motivación formativa es que hay tres niveles de personalización de los valores, o sea tres grados en que los hacemos nuestros.

El primer grado de personalización es el de “complacencia”: Cuando se adopta el valor con el fin de obtener una recompensa o de evitar un castigo. No se vive ese valor porque estemos convencidos del mismo, sino para buscar un premio o evitar un castigo: en el momento que desaparezca la perspectiva del premio o del castigo, se deja de practicar ese valor. Y el premio o el castigo no son necesariamente físicos, también pueden ser psicológicos (Por ejemplo una felicitación, conceder el pase a una siguiente etapa, negar el afecto, negar un permiso, inducir sentimientos de culpa…). Es normal que el niño vaya asumiendo los valores a este nivel.

Un segundo grado de personalización del valor es el de la “identificación”: Cuando la persona practica determinado valor por la imagen positiva que obtiene con ello, especialmente por la relación gratificante con otra persona o personas; esta relación puede ser real o en la fantasía. En este caso ya se practica el valor no tanto por el premio o castigo en juego, sino por un criterio mejor, por la identificación con la persona que influye y se convierte en modelo de referencia: querer ser como la otra persona, entrar en su grupo, pertenecer a determinada clase o asociación. Este grado de personalización del valor se vive con fuerza cuando se es adolescente.

Un tercer grado de personalización del valor es el de la “internalización” o “apropiación”: Es el grado superior de personalización del valor. Es cuando la persona practica el valor no sólo porque lo viva otra persona, sino porque cree en ese valor, le convence, lo descubre de acuerdo a sus ideales… incluso aunque deje de vivirlo la persona que era modelo de referencia, porque la convicción brota desde dentro del propio ser y no está condicionada por la cantidad o el tipo de personas que lo vivan. Entonces el valor llega a ser una verdadera convicción: lo vive aun en circunstancias adversas. La plena convicción del valor es cuando la persona acepta sufrir el ataque o la persecución por causa del valor de referencia; en otras palabras, cuando está dispuesta a morir pero no renuncia a ese valor.

Que nuestras familias se esmeren en proclamar y vivir los valores con este grado de convicción, porque se ha hecho parte esencial de la propia persona y de la atmósfera familiar, convierte a las familias en testigos de trascendencia, en mensajeros de esperanza en un mundo nuevo, congruente y solidario.


Tehuacán, Pue., 9 de enero de 2009

+ Rodrigo Aguilar Martínez
Obispo de Tehuacán.
Presidente de la Comisión Episcopal para la Familia, Juventud y Laicos

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